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El Silencio de Dios

Cuenta una antigua leyenda noruega acerca de un hombre llamado Oliver, encargado de cuidar una ermita en la que había una cruz muy antigua, con una imagen de un Cristo crucificado, muy famosa y visitada por gran cantidad de devotos.

Un día el ermitaño Oliver se arrodilló ante la cruz y dijo: -Señor, quiero soportar y experimentar el dolor de estar en tu lugar, permíteme reemplazarte por un tiempo.
Jesús levanto su cabeza y con una voz envuelta de paz y con mucho amor, le dijo: –Amado hijo, voy a acceder a tus deseos, pero solo te pondré una condición.
–¿Cuál, Señor?, preguntó Oliver.
–Es una condición muy difícil, no sé si podrás cumplirla.
–Estoy dispuesto y deseo con todo mi corazón estar ahí para saber qué siente un hombre clavado en una cruz, siempre y cuando pueda contar con tu ayuda.

El Señor le contestó que, en primer lugar, podría contar con él, porque siempre estaría a su lado para cuando lo necesitara. En segundo lugar, le dijo que, a pesar de lo que suceda, viera o escuche, tenía terminantemente prohibido hablar, por más grave que fuera lo que escuche, debía permanecer en absoluto silencio. Oliver aceptó las condiciones y contestó: –Sí, Señor, ¡lo prometo!

En ese momento Jesús bajó de la cruz y Oliver tomó su lugar. Como la ermita estaba en penumbras, nadie advirtió el reemplazo. Los cientos de personas que entraban diariamente no se percataron de que Oliver había ocupado el sitio de Jesús. Por varios días todo funcionaba a la perfección, la gente agradecía por las bendiciones recibidas y pedían en oración por sus necesidades.

Un día, llegó un hombre adinerado, y al irse después de haber orado, dejó olvidada su billetera. Oliver lo notó, pero recordó la consigna de Jesús, por lo que no dijo nada. Al rato vino un hombre muy humilde, vio la billetera y se la guardó. Acto seguido se arrodilló ante la cruz para pedir una bendición. También aquí el ermitaño permaneció callado.

Luego que el hombre pobre se retiró, entró un joven -que no sabía nada de la billetera olvidada- y también se arrodilló para orar, ya que debía realizar un largo viaje.

En ese momento volvió a entrar el empresario en busca de su billetera. Al no encontrarla, pensó que el muchacho se la había apropiado. Este se dirigió al joven y le dijo: –¡Dame la billetera que me has robado!
El joven, sorprendido, replicó: –¡No he robado nada!
–¡No mientas, devuélvemela, sé que la tienes entre tus ropas!
–¡Le repito que no he tomado ninguna billetera!, afirmó el joven. Sin embargo, éste arremetió furioso contra él, pero antes de golpearlo, se escuchó una potente voz, que dijo: –¡Detente!

El hombre miró hacia la cruz y vio que el supuesto Jesús le hablaba. Oliver, que no pudo permanecer en silencio, defendió al joven e increpó al empresario por la falsa acusación. Sin entender lo que sucedía, quedando asombrado por la situación, el empresario salió de la ermita y se fue sin emitir palabra alguna. El joven también salió de prisa para emprender su viaje.

Cuando la ermita se quedó a solas, Jesús se dirigió a su siervo y le dijo: –Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto, no has sabido guardar el silencio que te pedí.
–Señor, dijo Oliver, ¿cómo iba a permitir esa injusticia?

El Señor, le dijo: –Tú no sabías que al rico le convenía perder la billetera, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una mujer muy joven. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo. En cuanto a los golpes que iba a recibir injustamente el joven, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. En este momento acaba de hundirse el barco y él ha perdido la vida. Como bien sabes, yo conozco a la perfección el destino de cada uno de los habitantes de este mundo, pero ningún ser humano puede saber lo que va a pasar dentro de cinco minutos.

Oliver agradeció Sus palabras y se fue muy triste, entendiendo que los propósitos de Dios son totalmente contrarios a los nuestros.

Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué razón Dios no nos contesta? ¿Por qué se queda callado? Es sencillo, Su silencio nos ayuda a fortalecer nuestra fe y a madurar espiritualmente. No trates de interferir, como Oliver, en sus caminos, ya que los de Él son muy diferentes a los nuestros.

"Calla en presencia de Dios, y espera paciente a que actúe; no te enojes por causa de los que prosperan ni por los que hacen planes malvados. No des lugar al enojo ni te dejes llevar por la ira; eso es lo peor que puedes hacer. Los malvados serán destruidos, pero los que esperan en Dios recibirán la tierra prometida". Salmos 37:7-9